Por: Ricardo Escalante
Fuente: Soberanía.org
Los venezolanos nunca como ahora habían
tenido un salto atrás en su modo de vida. Es un trastorno causado por ese
gobierno que raciona conciencias, papel higiénico y hasta pantaletas, para
crear condiciones de miseria ideales para perpetuar un régimen político atroz.
¿Algún venezolano lo imaginó alguna vez? Claro que no, porque eso solo se le
podía ocurrir a un personaje omnipotente, carismático y perverso, como Fidel
Castro.
Fidel siempre
fue así. Ya en su juventud se interesaba en las técnicas de manipulación de
sentimientos utilizadas por líderes “sobrenaturales”, “indispensables”,
para sojuzgar pueblos que terminaban por creer que nada les pertenecía y que
hasta su manera de caminar se debía a la “revolución”. Sus
lecturas predilectas eran sobre revoluciones y sus consecuencias, porque con
ellas nacían hombres fuertes que casi siempre hacían y deshacían a su leal
saber y entender, aunque, por supuesto, la dinámica diabólica de los hechos a
veces se tragaba a los protagonistas, como le ocurrió a Robespierre.
Las características esenciales de Castro siempre
fueron persistencia y sagacidad, sangre fría para liquidar cualquier asomo de
resistencia, ninguna contemplación de amistad, compañerismo, lealtad, nexos
familiares… Con su voz suave, delgada como un hilo que se extendía horas y
horas, noches enteras, encantaba incluso a interlocutores que odiaban sus
métodos crueles y perversas intenciones, aunque admiraban el río crecido de sus
conocimientos. Amigos que lo habían apreciado, respetado y admirado,
fueron fusilados con solo una seña, sin que a él se le aguara el ojo. La lista
de sus víctimas mortales sobrepasó los 6 mil, además de los torturados, presos,
perseguidos y exiliados, por montones.
Hugo Chávez no
inventó nada. Todo lo hizo Fidel, con la experiencia de haber
depauperado a los cubanos, a quienes llevó al extremo de aceptar con
naturalidad la tarjeta con la cual se racionan los alimentos y, algo peor, hizo
que buena parte de esas hermosas mulatas habaneras se prostituyeran a cambio de
blue jeans, tubos de crema dental, medias de nylon y unos pocos dólares. Sus
maridos, novios, hijos y padres, pasaron a ser gestores de clientes para
ellas. ¿Llegaremos los venezolanos a esa abominable ruina moral? Yo
(¡hasta ahora!) sigo creyendo que con nuestra madera más resistente no nos
dejaremos vejar y en cualquier momento haremos añicos la supuesta revolución. ¡Así
tendrá que ser!
Cuando apenas cursaba tercer año de
derecho, Fidel Castro era un hábil dirigente estudiantil que
ideó fórmulas para aliarse con jóvenes de Argentina, República
Dominicana, Venezuela, México y Colombia, para organizar
algo así como la contrapartida de la Novena Conferencia Panamericana,
que la OEA convocó en 1948 para ser celebrada en Bogotá.
Con sus argucias y en esas andanzas, logró que días antes el presidente Rómulo
Gallegos lo recibiera y escuchara enCaracas.
Llegó a Bogotá y encontró la
manera de metérsele por los ojos a ese gran líder que era Jorge Eliécer
Gaitán (a quien admiraba) y se reunió con él. Le habló del congreso de
jóvenes y de las intenciones de crear una alianza antimperialista de
estudiantes latinoamericanos. Gaitán se dejó ganar por la idea
y se ofreció como orador de cierre del congreso estudiantil, que estaba a punto
de comenzar. Junto a Rafael Del Pino y otros dos
cubanos, Fidel trataba de generar expectativas y revuelo
internacional, cuando el loco Roa Sierra sacudió a Colombia y
al mundo entero al asesinar aGaitán, tras lo cual se desató una ola de
violencia que arrasaba todo a su paso.
Castro salió a la calle, se robó un uniforme
de policía, agarró un fusil y se puso una gorra. No conocía la ciudad y se movía
sin rumbo. Trataba de ser oído por cualquiera y decía que había que empujar los
descontentos contra el gobierno del presidente Ospina, a quien calificaba de
opresor, explotador e imperialista. Había que derrocar a Ospina y tomar el
poder, según el atolondrado estudiante. Pero,
por supuesto, nadie lo escuchaba porque las turbas tenían vida propia:
incendiaban, saqueaban, mataban y herían. Lo cierto es que la policía
comenzó a perseguir el agitador extranjero, que huyó con sus compinches en un
avión que trasladaría unas vacas a La Habana.
Desde esa época el nombre de Fidel Castro ha
estado asociado a tumultos, conspiraciones y terrorismo en el Continente. Mucho después fue conocido el patrocinio suyo
a las guerrillas en Venezuela y en otros lugares, lo que
generó la expulsión de Cuba de la OEA y el
bloqueo continental. Y cuando ocurrió el asesinato del presidente
Kennedyen 1964, fue mencionado como autor intelectual y, a pesar de los 50
años transcurridos, todavía hay quienes no lo descartan.
Fidel Castro encarna una figura de doble o
triple personalidad, de jugadas y procedimentos inesperados. Seductor sibilino,
asesino, conspirador y terrorista nato, en el ocaso de su vida y ya sin control
de los esfínteres, maneja a control remoto al primitivo e ignorante Presidente
venezolano. Cada acto del gobierno de Nicolás Maduro se decide en La Habana. La
dictadura diseñada en Cuba para Venezuela ya ha llegado lejos, pero no podrá ir
más allá porque Maduro y el desalmado Diosdado solo están asistidos por la
fuerza bruta y, sin saberlo, están forzando su suerte a un desastroso
final. Así le pasó a Robespierre, el Padre del Terror.
Nota
A los interesados en conocer las actuaciones
de Fidel en Bogotá en 1948, les
recomiendo El Bogotazo memorias del olvido, de Arturo
Alape (editorial Planeta), así como el texto del informe
elaborado por la comisión especial de Scotland Yard que ese
mismo año investigó el magnicidio de Gaitán.
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