Por Rubén Monasterios
Fuente: Prodavinci.com
Tengo
la convicción de cumplir con un deber de solidaridad patriótica con mis
conciudadanos al divulgar algunos procedimientos destinados a suplir la
ausencia del papel tualé.
La
solución tradicional en un ambiente de miseria, es el papel periódico. Es la
adoptada por los cubanos. La carencia del producto es uno de sus crónicos
agobios. De ahí que, al favorecer la escasez del papel tualé en Venezuela, el
gobierno doméstico sea fiel a su política de imitar a la metrópoli caribeña,
porque usarlo es, naturalmente, un hábito burgués. El problema con esta
solución es que el papel periódico también es un bien escaso en Venezuela.
En
la isla, cuando se consigue, por un paquete de cuatro rollos deben pagarse 28
pesos. Aproximadamente el equivalente al sueldo de dos días del trabajador
promedio. No por otra razón los náufragos del Mar de la Felicidad lo sustituyen
por el periódico oficial Granma.
Sus ejemplares cuestan apenas 20 centavos, sea el del día o números viejos, y
no debe sorprender que su precio sea idéntico “porque todos se usan para el
mismo propósito”, dice un informante que pide no ser identificado “para
evitarse problemas con las autoridades”.
Granma
abunda en Cuba, y hasta regalado se consigue; no obstante, para limpiarse los
residuos del bolo fecal, los cubanos prefieren las revistas chinas, cuyo papel
es más suave. Estas publicaciones representan una opción importante para los
venezolanos puestos en las mismas circunstancias, por cuanto se anticipa una
avalancha de ellas con la novísima sumisión del gobierno nacional al
imperialismo chino.
Y
a propósito de los chinos, fueron ellos los primeros humanos en usar papel para
limpiarse, a partir de su invención por el eunuco Kai Lun, en el siglo II d.C.
El manufacturado a partir de residuos de seda estaba reservado al emperador;
los demás chinos lo hacían con papel proveniente de cáñamo.
De
convertirse China en nuestro proveedor de papel tualé, seguramente será este el
que nos suministre, porque todo cuanto exportan los chinos es de dudosa
calidad. No es una opción recomendable, porque el papel tualé de cáñamo deja el
culo como la rosa púrpura del Cairo.
En
tiempos más remotos, los romanos se valían de esponjas marinas. En toda letrina
pública había varias de ellas adheridas a un palo. Cada persona debía lavarla
en un recipiente de agua dispuesto a tal efecto, como gesto de cortesía hacia
el próximo usuario. La esponja es, en consecuencia, otra posibilidad de los
venezolanos para suplir el ansiado producto. Por suerte, el país cuenta con
kilómetros de costas marinas.
Con
el correr del tiempo cambiaron las prácticas higiénicas; en la Edad Media
desaparecieron las letrinas y la gente hacia sus necesidades fisiológicas en
vasijas, se limpiaba con la mano y como complemento lanzaba los resultados por
la ventana, acompañando la acción con la advertencia a leco herido de “¡Agua
va!”, y que se jodiera el transeúnte que no se apartara con premura.
Fuera
de toda duda, la mano es el recurso más primitivo y económico para limpiarse, y
en tal sentido viene a ser cónsono con la involución cultural y la miseria de
los venezolanos de la actualidad. Da asco, lo admito, pero uno se acostumbra a
todo. ¿Acaso no nos hemos acostumbrado a cosas peores? Sugiero, tratándose de
esta opción, seguir la tradición árabe consistente en reservar la mano
izquierda a tal efecto y la derecha para comer y otros usos.
Nuestros
remotos antepasados cavernícolas no se limpiaban el trasero; según una
hipótesis de los paleoetnólogos, esa necesidad viene con la evolución. Al
perder el pelo corporal el hombre tuvo que cubrirse con pieles y tejidos.
Consecuencia de ese proceso fue el desarrollo de hábitos de aseo personal
relacionados con las descargas orgánicas; en tal sentido se hizo indispensable
despojarse de la ropa para llevarlas a cabo y limpiarse a propósito de evitar
impregnar el vestido con los residuos de sus excrecencias.
En
el contexto de la cultura del maíz, cuando ni letrinas ni bacinillas había, la
gente simplemente se dejaba ir por ahí, detrás de unas breñas, y se limpiaba
con una tusa de la mazorca. En Venezuela, un país en el área de esa cultura,
hay tusas de sobra; empapadas en agua, son una alternativa plausible para el
aseo posevacuativo.
El
problema radica en que si el gobierno culmina el abuso de cogerse las acosadas
empresas ocupadas en procesar el maíz para hacer la harina pan, no habrá quien
lo haga, y escasearán las tusas sobrantes de su elaboración. Y aquello de
limpiarse con la mazorca entera, resulta a todas luces doloroso; y con las
hojas de la planta, sería un culisuicidio.
Más o menos equivalente al harakiri japonés hecho al revés, porque cortan como
un cuchillo.
En
otros ambientes se usaba cualquier hoja vegetal del entorno a la que uno podía
echar mano. Quizá a eso llegaremos. ¡Ojalá que las únicas disponibles para
quienes nos ha llevado a este desastre sean las de ortiga!