23 de agosto de 2013

LEOPOLDO CASTILLO, EL ÚLTIMO MOHICANO

Por: Ricardo Gil Otaiza
Fuente: el Universal

Más de la mitad del país (y una buena porción de América Latina) ha visto con ojos atónitos los dramáticos sucesos acaecidos durante los últimos días en el canal de noticias Globovisión. La venta de la televisora y la entrada de una nueva directiva nada bueno auguraban a esta importante ventana del acontecer nacional, que finalmente cae abatida con la pérdida de sus más relevantes figuras y sus más emblemáticos programas y, lo que es peor aún, con la pérdida de su independencia de criterio informativo: piedra angular de todo medio que se precie de ser serio y objetivo.

La semana pasada la cabeza de Leopoldo Castillo, sin duda el último mohicano del periodismo venezolano, rodó como consecuencia de la autocensura impuesta por un equipo directivo (o buena parte de él) que no desea por nada de este mundo molestar a las altas esferas gubernamentales, a las cuales les deben la aquiescencia para adquirir y dirigir una planta televisiva que gozaba con una de las mejores tele-audiencias del país; y ni decir de sus anunciantes.  Aquello que desde un principio esbozaron los nuevos directivos, de buscar un equilibrio informativo sin merma de las inmensas fortalezas de la planta, no era más que pura entelequia y mentira, que pronto se pondrían en evidencia con la abrupta salida de aquellas figuras que mucho molestaban al poder entronizado en el país desde hace casi tres lustros.

Inmensas presiones ha tenido que soportar el personal de Globovisión ante el descalabro paulatino de su línea editorial y de su programación. La caída del programa Aló Ciudadano, bandera del canal desde hacía doce años, es signo claro de la intolerancia del poder frente a la libertad de pensamiento y de expresión, que lo dejan desnudo en sus oscuras intenciones. Porque si bien podríamos disentir del periodista Leopoldo Castillo (o de "el ciudadano" como le llamamos) en su estilo de hacer televisión, que disgustaba a muchos por su ironía y frases lapidarias, y satisfacía a otros por la apertura de los micrófonos al ciudadano de a pie, que sufre ante los problemas no resueltos del día a día, su respetabilidad y autoridad moral son arquetipos de una Venezuela en transición, que busca nuevos caminos para su agónica democracia.

Nunca antes en la historia del periodismo venezolano un personaje había tenido tanto poder en sus manos (con la excepción de Renny Ottolina en los setenta) como el alcanzado por "el ciudadano" en un medio pequeño y limitado como lo es Globovisión. Hubo momentos dramáticos en la última década que buena parte del país estuvo en vilo frente a la pantalla de Aló Ciudadano. Todos queríamos conocer su opinión, desentrañar los signos de los tiempos, ver la luz al final del túnel en su rostro malencarado, adusto, afilado por las difíciles circunstancias de la nación. Él nos miraba a través de una cámara, volteaba y otra lente nos lo mostraba en su portentosa realidad de tener que decir a un país dividido en dos porciones irreconciliables a ultranza, francamente enemigas, su esperada lectura de los hechos. De inmediato tirios y troyanos se hacían eco de sus férreas posturas: unos para seguirlo con fervor; y otros para despellejarlo vivo en los medios oficiales.

La vieja Globovisión pasa a la historia televisada de Venezuela como la señal que abrió sus espacios para que el país conociera la cruda realidad, en medio de las peores circunstancias que nación latinoamericana alguna haya vivido durante el presente siglo, sin que privaran factores de ninguna naturaleza en tal cometido, porque mientras este pequeño canal buscaba la verdad de los hechos en el momento, sitio y con los protagonistas de los hechos, llevando insultos y multas a granel, otros medios se aplicaban cobardemente la autocensura con sus "balances noticiosos" para escapar de la guillotina gubernamental.


Flaco beneficio le hace la nueva directiva de Globovisión a la democracia, porque con todo y la rabia que pudieran sentir los oficialistas ante las denuncias de este canal y la puesta en evidencia de sus grandes falacias, sirvió de válvula de escape de la presión social contenida, que sin esta vía hubiese podido estallar con consecuencias impredecibles. Personajes como Leopoldo Castillo (y muchos otros como Nitu Pérez Osuna, Jesús Torrealba, Kiko Bautista, Carla Angola y Pedro Luis Flores) quedarán en la memoria del país y del continente como baluartes del periodismo libre, hoy en franco declive por el totalitarismo que pretende adueñarse de todo.

21 de agosto de 2013

IDEOLOGÍA Y VIOLENCIA

Por: Alberto Benegas Lynch (h)
Fuente: El Cato.org

Hasta donde mis elementos de juicio alcanzan, la primera vez que se mencionó la expresión “ideología” fue en el trabajo preparado en 1801 por Destutt de Tracy, el seguidor de Condillac, titulado Elementos de la ideología que luego amplió en cinco tomos. Cuando un grupo de intelectuales se apartó de Napoleón, éste los tildó de “ideólogos” en el sentido despectivo y peyorativo de “teóricos” y “poco prácticos” sin percatarse que toda práctica eficaz está precedida por una buena teoría (y en términos más generales, como destaca Henri Poincaré, toda acción en cualquier dirección que no sea a los tumbos descansa en una teoría).

Por más que la referida expresión no tenga un significado unívoco, es de interés remontarse a Marx y tomar su noción de algo enmascarado, de un engaño que oculta otros intereses, por ende, en este contexto, se trata de algo falso que encubre intenciones espurias. En esta línea argumental, toda cultura sería ideológica excepto la marxista que sería transideológica: no sería ideología la cultura después de la abolición de clases, ni tampoco lo expresado por Marx en sus obras.

En un sentido más amplio y de acepción más generalizada, un ideólogo es aquel que profesa un sistema cerrado, terminado e inexpugnable. En otros términos, lo contrario al liberalismo que, por definición, está abierto a un proceso de constante evolución. En La Nación de Buenos Aires, mayo 31 de 1991, escribí una columna titulada “El liberalismo como antiideología” (reproducida en mi Contra la corriente, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1992) en la que me explayo sobre esta línea argumental que se da de bruces con el espíritu autoritario, dogmático y fundamentalista, contrario a lo magníficamente resumido en el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba (no hay palabras finales).

Es así que, en definitiva, la tesis marxista, crítica de la ideología y de la religión (“el opio de los pueblos”) se convierte en una ideología y en una caricatura de religión con dogmas, creencias y ortodoxias no susceptibles de revisarse y los que han pretendido alguna oposición han sido condenados severamente como herejes. Una propuesta cerrada y terminada que debe tomarse en bloque. Por extensión entonces, todo sistema que se da por concluido y no es susceptible de contradecirse constituye una ideología, lo cual, naturalmente pone palos en las ruedas de la ciencia y de todo progreso del conocimiento.

En todo caso, es pertinente detectar la conexión entre ideología y violencia, puesto que el peligro es enorme de cazas de brujas cuando se considera que se posee la verdad absoluta y se busca el poder. El adagio latino lo explica: ubi dubium ibi libertas (donde no hay dudas, no hay libertad puesto que se sabe a ciencia cierta donde dirigirse sin necesidad de sopesar alternativas ni decisiones).

Es muy fácil para el ideólogo deslizarse hacia el uso de la fuerza “para bien de la humanidad” aun destrozando las libertades del hombre concreto, de allí que Marat exclamaba en plena contrarrevolución francesa “¡no se dan cuenta que solo quiero cortar una pocas cabezas para salvar a muchas!”. Si está todo dicho y es la verdad absoluta hay una tentación para imponerla y excomulgar a los no creyentes. Son seres apocalípticos que pretenden rehacer la naturaleza humana y a su paso dejan un tendal de cadáveres. Son “redentores” que aniquilan todo lo que tenga visos de humano. Son militantes que obedecen ciegamente los dictados de sus dogmas y consignas tenebrosas.

Por esto es que en el Manifiesto comunista Marx y Engels “declaran abiertamente que no pueden alcanzar los objetivos más que destruyendo por la violencia el antiguo orden social”. Por esto es que Marx en Las luchas de clases en Francia en 1850 y al año siguiente en 18 de Brumario condena enfáticamente las propuestas de establecer socialismos voluntarios como islotes en el contexto de una sociedad abierta. Por eso es que Engels también condena a los que consideran a la violencia sistemática como algo inconveniente, tal como ocurrió, por ejemplo, en el caso de Eugen Dühring por lo que Engels escribió El Antidühring en donde subraya el “alto vuelo moral y espiritual” de la violencia, lo cual ratifica Lenin en El Estado y la Revolución, trabajo en el que se lee que “la sustitución del estado burgués por el estado proletario es imposible sin una revolución violenta”.

Lo dicho no va en desmedro de la conjetura respecto a la honestidad intelectual de Marx tal como he señalado en otra oportunidad hace poco, en cuanto a que su tesis de la plusvalía y la consiguiente explotación no la reivindicó una vez aparecida la teoría subjetiva del valor expuesta por Carl Menger en 1870 que echaba por tierra con la teoría del valor-trabajo marxista. Por ello es que después de publicado el primer tomo de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía redactados los otros dos tomos de esa obra tal como nos informa Engels en la introducción del segundo tomo veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de la aparición del primer tomo. A pesar de contar con 49 años de edad cuando publicó el primer tomo y a pesar de ser un escritor muy prolífico se abstuvo de publicar sobre el tema central de su tesis de la explotación y solo publicó dos trabajos adicionales: sobre el programa Gotha y el folleto sobre las comunas de Paris.

En resumen, las ideologías no solo entorpecen y paralizan toda posibilidad de avance del conocimiento sino que permanentemente están expuestas a la tentación criminal de la violencia para imponer su concepción supuestamente “impoluta y bienhechora” que siempre sojuzga y deglute las libertades de las personas para entronizar el reino del terror.


Cierro con una cita de la autobiografía de Agatha Christie donde consigna que en la época en que ella escribía “nadie habría imaginado entonces que llegaría un tiempo en que las novelas de crímenes se leerían por el placer de la violencia, por un gusto sádico hacia la violencia en sí misma […] Me asusta por la falta de interés en el inocente […] ¿Qué hacer con los corrompidos por la crueldad y el odio y para los cuales la vida de los demás no significa nada? A menudo son personas de buena familia, con grandes oportunidades y buena educación que son unos malvados […] Pero lo importante es el inocente que exige que se le proteja y se le salve del mal”.

18 de agosto de 2013

ESTADO COMUNAL: HEGEMONÍA TOTALITARIA

Por: José Rafael López Padrino
Fuente:  Soberania.org
  
Se trata de un Poder Popular ficticio, tutelado política y económicamente por el gobierno central


El estado comunal fue lo mejor que le paso a la unión soviética 
La mayoría oficialista de la Asamblea Nacional en el período legislativo 2004-2010 aprobó forma expedita la Ley Orgánica del Poder Popular, la Ley Orgánica de Planificación Pública y Popular; la Ley de Comunas; la Ley de Contraloría Social, y la Ley Orgánica para el Sistema Económico Comunal. Todas ellas fueron sancionadas por los eunucos parlamentarios del PSUV y aliados políticos siguiendo las ordenes impartidas por el autoritario de Miraflores, debido a que no tendrían las 2/3 parte de los parlamentarios -requeridas para la aprobación de leyes de carácter orgánico- en la nueva Asamblea Nacional. 

De todas ellas, la Ley del Poder Popular constituye el entramado jurídico que le permitirá al socialfascismo bolivariano desmontar la estructura del Estado venezolano actual, definido en la Carta Magna de 1999 y lograr un reordenamiento geográfico, político y económico del país para acentuar su proyecto totalitario. Se trata de un Poder Popular ficticio, tutelado política y económicamente por el gobierno central. Más que representar instancias organizativas de poder local independientes y autónomas constituyen apéndices del régimen, sujetas a la voluntad del comandante-presidente. 

Todo este montaje jurídico pretende el establecimiento de un Estado comunal hegemónico y centralista, que implica la creación de un nuevo ordenamiento territorial del país basado en la formación de “distritos motores y comunas”. Esta disposición jurídica calca el reordenamiento del territorio alemán decretado por Hitler una vez que se consolidó en el poder (1933). Todos los Estados federados de Alemania, según la Constitución de Weimar, fueron reordenados geográficamente, su autonomía política fue reducida y sus autoridades fueron sustituidas por representantes del gobierno central.  El objetivo fue el de establecer un nuevo orden geopolítico que permitiese la imposición de la visión hegemónica del proyecto Nazi. 
Los distritos motores plateados en el Estado Comunal serán unidades territoriales decretadas directamente por el régimen, cuyos límites podrían coincidir o no, con los límites político-territoriales de los Estados, o Municipios  existentes, los cuales tendrán una autoridad única, cuya designación será potestad del autoritario de Miraflores. Recordemos que los distritos motores de desarrollo fueron rechazados en el referendo del año 2007. Lo alarmante de esta situación es que los distritos motores se transformarán en entidades territoriales paralelas a la estructura político-territorial vigente, con el agravante que tanto su creación como la designación de sus autoridades se dan al margen de la voluntad popular. Obviamente, este nuevo ordenamiento territorial conduce inexorablemente al aniquilamiento político y administrativo de las Gobernaciones y Municipios. 

Además esta propuesta hegemónica y excluyente contempla que la propiedad de los medios de producción estará en manos del Estado. Es decir, se profundiza un capitalismo de Estado explotador y perverso. Pero además promoverá un sistema de producción y consumo fundamentado en el trueque y el uso de monedas comunales. Con la imposición de esta Ley el país se retrotrae a los tiempos del General Juan Vicente Gómez, cuando se les pagaba a los trabajadores con fichas cuyo valor de cambio se circunscribía a un cierto espacio territorial. Además este “Poder Popular” no surge como producto de una consulta electoral de los habitantes de la zona, sino por iniciativa de algunos ciudadanos (no importa el número de ellos), de los consejos comunales (afines al régimen) y de las organizaciones sociales (controladas por el PSUV) que hagan vida activa en las comunidades. Lejos de "empoderar" al pueblo”, como falazmente afirman sus proponentes, este proyecto conduce a una desmovilización social, y al desmontaje del proceso de elegir a los representantes mediante el voto directo, universal y secreto el cual constituye el primer eslabón en la construcción de mecanismos de participación y expresión de la voluntad de la mayoría de una nación, de una región, etc.

En resumen, esta la Ley del Poder Popular constituye un nuevo instrumento jurídico destinado a la imposición de un pensamiento único y  confisca de forma y de fondo, la soberanía popular expresada a través del voto. Además, profundiza el control social de los venezolanos mediante una redistribución del espacio territorial, dando al traste con las gobernaciones, alcaldías, y otras instancias de gobierno, refrendadas por la voluntad popular a través de incontables procesos eleccionarios. Con estas leyes se concreta el despojo del derecho a la participación y al protagonismo del pueblo organizado.