Por:
Ricardo Gil Otaiza
Fuente: el Universal
Más de la mitad del país (y una buena porción de América Latina) ha
visto con ojos atónitos los dramáticos sucesos acaecidos durante los últimos
días en el canal de noticias Globovisión. La venta de la televisora y la
entrada de una nueva directiva nada bueno auguraban a esta importante ventana
del acontecer nacional, que finalmente cae abatida con la pérdida de sus más
relevantes figuras y sus más emblemáticos programas y, lo que es peor aún, con
la pérdida de su independencia de criterio informativo: piedra angular de todo
medio que se precie de ser serio y objetivo.
La semana pasada la cabeza de Leopoldo Castillo, sin duda el último mohicano del periodismo venezolano, rodó como consecuencia de la autocensura impuesta por un equipo directivo (o buena parte de él) que no desea por nada de este mundo molestar a las altas esferas gubernamentales, a las cuales les deben la aquiescencia para adquirir y dirigir una planta televisiva que gozaba con una de las mejores tele-audiencias del país; y ni decir de sus anunciantes. Aquello que desde un principio esbozaron los nuevos directivos, de buscar un equilibrio informativo sin merma de las inmensas fortalezas de la planta, no era más que pura entelequia y mentira, que pronto se pondrían en evidencia con la abrupta salida de aquellas figuras que mucho molestaban al poder entronizado en el país desde hace casi tres lustros.
La semana pasada la cabeza de Leopoldo Castillo, sin duda el último mohicano del periodismo venezolano, rodó como consecuencia de la autocensura impuesta por un equipo directivo (o buena parte de él) que no desea por nada de este mundo molestar a las altas esferas gubernamentales, a las cuales les deben la aquiescencia para adquirir y dirigir una planta televisiva que gozaba con una de las mejores tele-audiencias del país; y ni decir de sus anunciantes. Aquello que desde un principio esbozaron los nuevos directivos, de buscar un equilibrio informativo sin merma de las inmensas fortalezas de la planta, no era más que pura entelequia y mentira, que pronto se pondrían en evidencia con la abrupta salida de aquellas figuras que mucho molestaban al poder entronizado en el país desde hace casi tres lustros.
Inmensas presiones ha tenido que soportar el personal de Globovisión ante el descalabro paulatino de su línea editorial y de su programación. La caída del programa Aló Ciudadano, bandera del canal desde hacía doce años, es signo claro de la intolerancia del poder frente a la libertad de pensamiento y de expresión, que lo dejan desnudo en sus oscuras intenciones. Porque si bien podríamos disentir del periodista Leopoldo Castillo (o de "el ciudadano" como le llamamos) en su estilo de hacer televisión, que disgustaba a muchos por su ironía y frases lapidarias, y satisfacía a otros por la apertura de los micrófonos al ciudadano de a pie, que sufre ante los problemas no resueltos del día a día, su respetabilidad y autoridad moral son arquetipos de una Venezuela en transición, que busca nuevos caminos para su agónica democracia.
Nunca antes en la historia del periodismo venezolano un personaje había tenido tanto poder en sus manos (con la excepción de Renny Ottolina en los setenta) como el alcanzado por "el ciudadano" en un medio pequeño y limitado como lo es Globovisión. Hubo momentos dramáticos en la última década que buena parte del país estuvo en vilo frente a la pantalla de Aló Ciudadano. Todos queríamos conocer su opinión, desentrañar los signos de los tiempos, ver la luz al final del túnel en su rostro malencarado, adusto, afilado por las difíciles circunstancias de la nación. Él nos miraba a través de una cámara, volteaba y otra lente nos lo mostraba en su portentosa realidad de tener que decir a un país dividido en dos porciones irreconciliables a ultranza, francamente enemigas, su esperada lectura de los hechos. De inmediato tirios y troyanos se hacían eco de sus férreas posturas: unos para seguirlo con fervor; y otros para despellejarlo vivo en los medios oficiales.
La vieja Globovisión pasa a la historia televisada de Venezuela como la señal que abrió sus espacios para que el país conociera la cruda realidad, en medio de las peores circunstancias que nación latinoamericana alguna haya vivido durante el presente siglo, sin que privaran factores de ninguna naturaleza en tal cometido, porque mientras este pequeño canal buscaba la verdad de los hechos en el momento, sitio y con los protagonistas de los hechos, llevando insultos y multas a granel, otros medios se aplicaban cobardemente la autocensura con sus "balances noticiosos" para escapar de la guillotina gubernamental.
Flaco beneficio le hace la nueva directiva de Globovisión a la democracia, porque con todo y la rabia que pudieran sentir los oficialistas ante las denuncias de este canal y la puesta en evidencia de sus grandes falacias, sirvió de válvula de escape de la presión social contenida, que sin esta vía hubiese podido estallar con consecuencias impredecibles. Personajes como Leopoldo Castillo (y muchos otros como Nitu Pérez Osuna, Jesús Torrealba, Kiko Bautista, Carla Angola y Pedro Luis Flores) quedarán en la memoria del país y del continente como baluartes del periodismo libre, hoy en franco declive por el totalitarismo que pretende adueñarse de todo.