Por: Leonardo Silva
Fuente: Diario de Caracas
El 14 de
febrero de 1929, día de San Valentín, de los Enamorados, tuvo lugar en la
ciudad de Chicago el más conocido y sangriento hecho en la historia criminal de
los Estados Unidos de América, por lo demás inédito en los anales del delito. Alphonse
Capone, mejor conocido como Al Capone o Al “Scarface” Capone (Al “Cara Cortada”
Capone) -neoyorkino de ascendencia siciliana mudado a Chicago antes de 1919-
había sucedido a Johnnie Torrio, florista de profesión, en la jefatura de la
“Familia Italiana” o “South End Gang” (Pandilla del Lado Sur) cuando este
decidió retirarse del negocio ilícito de la producción y contrabando de alcohol
en 1925, posiblemente como consecuencia del atentado que le hiciera Bugs Morán.
Al Capone era el Capo de la Mafia de Chicago, el más sanguinario de la
historia.
Por su
parte, Bugs Morán, de ascendencia francesa, heredó de Dean O’Bannion la
conducción de la “Familia Irlandesa”, como también se conocía a la “Pandilla
del Lado Norte” (North End Gang). O’Bannion había sido asesinado por Capone en
la guerra que nació a consecuencia de la venta de una fábrica de cerveza que
este le había vendido con conocimiento de que en los días siguientes sería
allanada por el grupo de Eliot Ness. Bugs Morán presidía la banda rival de la
de Capone que competía por los negocios ilícitos de la ciudad, especialmente el
licor.
A las
10:25 de la fatídica mañana de ese 14 de febrero de 1929, siete hombres de Bugs
Morán llegaron a un almacén del Norte de Chicago a recoger un cargamento de
alcohol. Morán –que se encontraba retrasado- no estaba presente. Fueron
interceptados por tres policías que en realidad eran mafiosos bajo las órdenes
de Capone. Los “policías” los condujeron al interior del recinto, los catearon
contra una pared, y mientras estaban de espaldas contra esa pared, fueron acribillados
los siete con ráfagas de Tommy Gun calibre .45 (subametralladora Thompson) y
Colts Government 1911 también .45. La operación la encabezó Jack “Machine Gun”
McGurn (Jack “Ametralladora” McGurn), quien presentó luego una coartada
blindada y contra quién no se encontraron pruebas. La Masacre de San Valentín
quedó impune a pesar de que las autoridades y el público conocían sus autores. Inmediatamente
después de la matanza, Al Capone convocó a su mansión de Florida a la prensa
norteamericana. En la víspera del crimen tuvo buen cuidado de poner miles de
kilómetros de por medio para construir una coartada invulnerable. Con su rostro
depravado signado por la sífilis y la maldad, con una sonrisa cínica que
claramente expresaba “yo lo hice y no hay nada que puedan probarme”, declaró a
los periódicos su horror ante el abominable delito. Y es que “Scarface” quería
que sus rivales supieran el destino que les esperaba a quienes se atrevieran a
adversarle.
Aunque
Capone logró su objetivo de dominar el negocio del alcohol y consolidar su
poder, la masacre fue su mayor equivocación pues marcó el comienzo de su final.
Se desataron persecuciones por parte de las autoridades impulsadas por una
opinión pública ultrajada. Alphonse dejó de ser el maleante carismático para convertirse
ante la ciudadanía en el monstruo degenerado que en realidad era.
A Capone
jamás se le pudo probar que era el jefe de la mafia de Chicago y que había sido
el autor de diversos asesinatos desde muy temprana edad incluyendo la Masacre
de San Valentín. Pero nadie en la humanidad pone en duda estos hechos. Lo único
que logró probarle Eliot Ness a Capone fue evasión de impuesto, delito menor en
comparación con las atroces transgresiones cometidas a lo largo de su carrera
criminal.
Condenado
por el delito de evasión fiscal, el sifilítico Alphonse “Scarface” Capone fue
internado en la Prisión de Alcatraz de donde salió demente diez años más tarde
para morir a consecuencia de la sífilis en la bañera de su mansión de Florida.
En una
suerte de reminiscencia de la historia de Capone, el dictador cucuteño Nicolás
Maduro ha repetido una y otra vez que contra los corruptos más connotados de la
revolución –como es el caso de Diosdado Cabello, contra quien existen múltiples
expedientes por corrupción paralizados por las autoridades- no se procederá
pues no existen ni existirán pruebas de su expolio; al tiempo que declara con
fingida vehemencia que estará a la vanguardia de la lucha en contra de la
corrupción que supuestamente organiza el régimen. El gobierno más corrupto en
la historia del país, no dará cuartel a la corrupción. Ripley’s Believe or Not!
Pero es
obvio que la lucha contra la corrupción solo tendrá como objetivos a
opositores, que es una excusa más para reprimir y eliminar la disidencia. Ante
la imposibilidad de proceder con una Masacre de San Valentín (opción
considerada no solamente para 1992), se pretende aniquilar al liderazgo
opositor con subterfugios leguleyos que seguramente incluirán el forjamiento de
pruebas. Contra los ladrones depravados del régimen “no hay ni habrá pruebas”,
como contra Al Capone no las hubo, declaró el clarividente Maduro (comprendemos
que diga que no hay tales pruebas pero ¡¿cómo puede saber que tampoco las
habrá?!).
Pero así
como el mafioso Capone vestía con los trajes más costosos, usaba las prendas
más valiosas, fumaba en cadena los habanos más caros, y llevaba una vida
ostentosa que ponía en evidencia que con los ingresos de su profesión oficial
de vendedor de antigüedades jamás hubiera podido adquirir, los robolucionarios derrochan
signos exteriores de riqueza -con sus ropas, joyas, camionetas, viajes,
viviendas, y costumbres dispendiosas- que meras palabras vacuas en exaltación
del comunismo como cura para la miseria del pueblo depauperado por el que dicen
luchar, no pueden ocultar. Es imposible que el flux Armani, la corbata Louis
Vuiton y el Rolex Daytona en oro sólido pasen desapercibidos cuando su dueño
grita “¡patria, socialismo o muerte… Muerte a los corruptos… Viviremos y
venceremos… Hasta la victoria siempre!”, con un vaso de Johnnie Walker Blue
Label en una mano y una arepa repleta de caviar Beluga Malossol Aleta Gris en
la otra.
Los
signos exteriores de riqueza o son prueba o son indicio vehemente de corrupción
en el funcionario público que nunca en su vida ha trabajado fuera de la
Administración Pública. Así, merece examen la presidenta del CNE que con
solamente su modesto sueldo pueda adquirir dos mansiones en el Este de Caracas;
o el alcalde psiquiatra que con sus ingresos pueda ostentar un apartamento de
más de un millón de dólares y vehículos de ultralujo; o un presidente de la
Asamblea Nacional que de no tener vivienda propia, pasó a detentar varias
mansiones dentro y fuera del país; o de un profesor de secundaria
afrodescendiente, que de un modestísimo apartamento en la Avenida Panteón,
pasara a poseer mansiones y yates en distintas ciudades del país; como la
vacacional en Puerto La Cruz de $1 millón, cerca de su yate de $2 millones.
Pruebas sobran contra los Al Capone de la revolución, y no solamente por burlar
al fisco.
Una cosa
es lo que llaman los abogados la prueba procesal, para ellos única verdad pues
está constituida solamente por lo que queda demostrado en autos. Pero una cosa
es la prueba necesaria para condenar en juicio y otra la útil para mantener pulcras
las instituciones. Es el caso del humilde cajero de un banco que comienza a
acudir al trabajo ataviado con fluxes de casimir hechos a la medida con telas
Ermenegildo Zegna, viendo la hora en su Rolex Day-Date de oro 18, y hablando
por su iPhone 5. En este caso, su jefe puede no tener pruebas para mandarlo de
vacaciones para El Rodeo, pero sabe que algo muy malo está pasando, que los
ingresos de su empleado no dan para tanto, y que debe tomar medidas para
neutralizarlo y no continúe dañando el patrimonio del banco al que muy
probablemente está desfalcando. Las pruebas, incluso las procesales, vendrán
después y son de secundaria importancia en la decisión gerencial. Este es un
supuesto que se da con frecuencia en organizaciones privadas.
Y son
frecuentes los casos de ausencia de pruebas en la comisión de delitos cuyos
agentes son considerados culpables más allá de toda duda, tanto por la opinión
pública como por la Historia. Así sucedió con la quema del Reichstag ordenada
por Hitler como excusa para instaurar su dictadura en Alemania. O con el
derribamiento del 747 de Aerolíneas Koreanas que todos sabemos fue ordenado por
el Kremlin. O la voladura del vuelo 103 de Pan Am en Escocia que aunque jamás
se pudo probar, es harto sabido fue ordenado por Moamar Khadafi (quien
recientemente reconoció responsabilidad). O el asesinato de Trotsky en México
cuya autoría por parte de Stalin nunca fue probada. O el asesinato del
diseñador de cañones Gerald Bull a manos del Mossad. O el asesinato de Robert
Kennedy por parte de asesinos programados por la CIA al estilo del “The
Manchurian Candidate”. O el de un sinnúmero de crímenes cuya prueba fue
imposible pero cuyos culpables son de todas formas condenados por la
civilización.
Era
célebre la respuesta del presidente Luis Herrera Campíns cuando le llevaban
acusaciones contra muchos de los más corruptos funcionarios de su gobierno
(niños de pecho comparados con los choros robolucionarios), como “El Catire”
Mariani, acusado de robar $200 millones en CADAFE o Rodolfo José Cárdenas, a
quien se le imputó haberse cogido el dinero destinado a construir la carretera
Los Caracas-Chuspa que nunca construyó: “¿Acaso tú tienes pruebas? Sin pruebas
no puedo hacer nada. ¡Pásame un Toronto, Berroterán!” Y así permitía que
continuara el expolio. Muy posiblemente Herrera jamás tocó un bolívar del
Erario Público, pero fue tan culpable como sus ladrones.
Quizás
hayan ocultado tan bien sus huellas que contra los Cabellos, Ramírez, Istúriz,
Maduros, Flores, Jauas, Carreños, Valeras, Alcalás, Carneiros, Saabs, Aisamis,
y un largo etcétera, no existan pruebas; pero como con Al Capone en el Imperio,
tampoco existe alma en Venezuela que no conozca la realidad de sus formidables
fortunas habidas en el expolio de la Cosa Pública, y que no tenga plena convicción
de sus culpas.