Por: Jim
Powell
Fuente: Cato Institute
¿Por qué, entonces, los alemanes educados acogieron a un lunático como Adolf Hitler?
Las dictaduras son a menudo
inesperadas. Han surgido en pueblos prósperos, educados y sofisticados que
parecían estar lejos de llegar a una dictadura —en Europa, Asia y
Sudamérica. Consideren a Alemania, uno de los casos más paradójicos y dramáticos.
Durante fines del siglo diecinueve, muchos
consideraban que tenía el mejor sistema educativo del mundo. Si cualquier
sistema educativo pudiese vacunar a un pueblo en contra de la barbarie,
seguramente el sistema alemán hubiese liderado el camino. Tenía educación para
la infancia temprana —jardines de infancia. Las escuelas secundarias
enfatizaban el entrenamiento cultural. Los alemanes desarrollaron las
universidades modernas de investigación. Los alemanes se distinguían
particularmente por sus logros en las ciencias —solo considere a Karl Benz que
inventó el auto que funciona a base de gasolina, Rudolf Diesel que inventó el
motor de compresión-ignición, Heinrich Hertz que comprobó la existencia de las
ondas electromagnéticas, Wilhelm Conrad Rőntgen que inventó los rayos X,
Friedrich August Kekulé que desarrolló la teoría de la estructura química, Paul
Ehrlich que produjo el primer tratamiento médico para la sífilis y, por
supuesto, no hay que dejar de mencionar al teórico de la física Albert
Einstein. No debería sorprender que muchos académicos estadounidenses fueron a
universidades alemanas para obtener sus títulos durante el siglo diecinueve.
Luego de la Primera Guerra Mundial, el
enrolamiento en las universidades alemanas se disparó. Para 1931, llegó a 120.000
en comparación con un máximo de 73.000 antes de la guerra. El gobierno proveía
becas completas para los estudiantes pobres que demostraban habilidades. Como
lo reportó un cronista, un estudiante becado “no paga pensión en la
universidad, sus libros de texto son gratis y en gran parte de las compras que
hace, de ropa, tratamientos médicos, transporte y tiquetes para teatros y
conciertos, recibe descuentos sustanciales, y un estudiante puede obtener
suficiente comida saludable para mantener su cuerpo y su alma”.
Mientras que hubo algo de agitación
anti-semita en Alemania durante fines del siglo diecinueve, Alemania no parecía
ser el lugar más propicio para que este sentimiento aflore. Rusia, después de
todo, tuvo pogromos —disturbios anti-semitas y persecución de judíos— por
décadas. El régimen bolchevique se dedicaba así mismo al odio —el odio de Karl
Marx de la “burguesía” a la cual culpaba de los males de la sociedad. Lenin y
su sucesor Stalin empujaron más allá esa filosofía, exterminando a los denominados
“ricos”, categoría dentro de la cual se llegó a incluir a los campesinos con
una vaca.
¿Por qué, entonces, los alemanes educados
acogieron a un lunático como Adolf Hitler? La respuesta breve es que las
malas políticas causaron crisis económicas, militares y políticas —el caldo de
cultivo perfecto para los tiranos. Las circunstancias alemanas cambiaron para
peor, y cuando la gente se vuelve suficientemente enfadada o desesperada, a
veces respaldarán locos que nunca atraerían a una multitud en circunstancias
normales.
Como otros beligerantes, los alemanes habían
entrado a la Primera Guerra Mundial con la expectativa de que ganarían y
recuperarían los costos de la guerra haciendo que los perdedores pagaran. El
gobierno alemán le hizo creer a la gente que estaban ganando, entonces todos
estuvieron sorprendidos cuando la verdad salió a la luz. El entonces presidente
de EE.UU. Woodrow Wilson dio un discurso explicando sus altruistas
“14 puntos”, derivando en que los alemanes creyeran que habría una negociación
de paz. Pero los ingleses y los alemanes —los principales aliados de EE.UU.—
estaban determinados a vengar sus pérdidas, y términos rencorosos fueron
impuestos a los alemanes. Se sintieron traicionados y humillados. Los
principales comandantes militares de Alemania se dieron cuenta de que quien sea
que firme el armisticio sería odiado, así que renunciaron y dejaron que un
funcionario civil lo firmara (este luego fue asesinado). Como resultado, la
República de Weimar, la frágil democracia alemana, fue inmediatamente
desacreditada.
Hitler estaba entre esos que se manifestaban
en contra del gobierno de Weimar. Se unió al Partido de Trabajadores que, en
febrero de 1920, se convirtió en el Partido Nacional Socialista de
Trabajadores (NSDAP, por sus siglas en alemán)— nombre que luego fue
abreviado a Nazi. Este partido ofrecía un coctel de nacionalismo,
socialismo, anti-semitismo y anti-capitalismo. El historiador
alemán Oswald Spengler influyó a los primeros Nazis con su idea del
“socialismo prusiano”.
El principal talento de Hitler parecía ser la
de componer discursos, así que empezó a dar discursos que agradaban a los
alemanes resentidos y desilusionados con el resultado de la guerra. Denunció a
los judíos, a los capitalistas y a otros supuestos villanos, prometiendo
reconstruir la grandeza de Alemania. El historiador Ian
Kershaw observó que “Sin una guerra perdida, sin una revolución y sin un
sentido predominante de humillación nacional, Hitler hubiese seguido siendo un
don nadie”.
Luego vino la crisis con la inflación.
Los aliados triunfantes exigieron que Alemania pagara unas onerosas
reparaciones, aparentemente sin reparar mucho en cómo los alemanes obtendrían
el dinero para pagarlas. Las restricciones comerciales hicieron que fuera más
difícil para las empresas alemanas ganar dinero mediante las exportaciones. Los
aranceles europeos se triplicaron y eran de un nivel de hasta 800% más alto que
antes de la guerra.
El gobierno alemán declaró el incumplimiento
del acuerdo de reparaciones. Determinado a extraer las reparaciones de los
alemanes, en enero de 1923 los franceses enviaron tropas hacia la zona de Ruhr,
donde se encontraban la mayoría de las industrias alemanas. El gobierno alemán
respondió subsidiando a aquellos que participaban de una resistencia pasiva en
contra de los franceses. Consecuentemente, los déficits en el presupuesto
alemán se dispararon.
Por sí solas, las reparaciones hubiesen sido
desalentadoras, pero Alemania también tenía un Estado de bienestar en
problemas financieros. Casi 90 por ciento del gasto público del gobierno alemán
se destinaba a una burocracia enorme, programas sociales, empresas estatales
que generaban pérdidas y otros subsidios —una lista de obligaciones
incómodamente familiar para nosotros. El gobierno alemán subsidió a los municipios,
muy similar a la manera en que los estados de EE.UU. le están rogando al
gobierno federal que los rescate. Alemania tenía un sistema estatal de
pensiones en problemas, al igual que nuestro sistema del Seguro Social. El
gobierno alemán proveía seguro de salud para millones de personas. Habían
programas estatales para 1,5 millones de veteranos de guerra discapacitados. El
gobierno destinaba cuantiosos subsidios a las artes. Habían teatros y óperas
estatales. Los ferrocarriles estatales perdían dinero. El gobierno alemán
incluso operaba fábricas que producían margarina y salchichas, las cuales
perdían dinero.
El banco central alemán empezó a imprimir
cantidades estupendas de dinero de papel para pagar todo esto. En el pico de la
inflación a fines de 1923, solo 1,3 por ciento del gasto público alemán estaba
cubierto por la recaudación fiscal. El resultado fue que en menos de cinco años
los precios se dispararon por un factor de 100 mil millones.
La inflación perjudicó a todos de una forma u
otra. Muchos depósitos bancarios fueron devaluados hasta llegar a ser nada. El
historiador Gerald D. Feldman reportó que pandillas de mineros de
carbón desempleados saqueaban el campo, porque los agricultores se negaban a
vender sus productos por dinero de papel sin valor. El gobierno implementó
controles de renta que limitaron la capacidad de los propietarios de recuperar
sus costos y desalentó a los promotores inmobiliarios de construir más
departamentos. Luego los gobiernos de las ciudades pidieron prestado de prestamistas
extranjeros para construir viviendas que perdían dinero. Las librerías y los
museos no podían mantener sus colecciones debido a la inflación. Gran parte de
las investigaciones científicas se volvieron imposibles de financiar también.
El historiador Konrad
Heiden reportó “En las tardes de los días viernes en 1923, largas líneas
de trabajadores manuales y de cuello blanco esperaban afuera de las ventanas de
pago de las fábricas, los grandes almacenes, los bancos y las oficinas. Cada
uno recibía una funda llena de papeles. De acuerdo a las cifras inscritas en
ellos, los papeles equivalían a setecientos mil quinientos millones, o
trescientos ochenta mil millones, o dieciocho billones de marcos —las cifras
subían de mes a mes, luego de semana a semana, finalmente de día a día. La
gente corría a las tiendas más cercanas de comida donde las líneas ya se habían
formado. Cuando llegaban a las tiendas, una libra de azúcar, por ejemplo,
podría haberse comprado con dos millones de marcos; pero para cuando llegaban a
la caja todo lo que podían comprar con dos millones de marcos era media libra.
Todos buscaban cosas que durarían hasta el próximo día de pago”.
Las personas empleadas en el sector
privado se enfurecieron cuando los empleados
públicos organizados en sindicatos —quienes implementaban las desastrosas
políticas económicas del gobierno— lograron que sus salarios fuesen
pre-pagados, de tal manera que pudieran convertir la moneda en bienes antes de
que esta se depreciara más. La publicación Soziale Praxis reportó:
“Nos parece significativo que la opinión pública ahora esté gradualmente
volcándose en contra del servicio civil a tal grado que provoca una gran
preocupación. Cuánta hostilidad es dirigida a diario en contra de esa porción
del pueblo alemán con empleo y con estatus de servicio civil es mostrado por la
prensa e incluso por esas partes que anteriormente respaldaban al servicio
civil y ahora presionan por una reducción del servicio civil”.
Hitler dio discursos tratando de congraciarse
con los que él denominó “billonarios muertos de hambre”, quienes tenían miles
de millones de marcos en papel pero no podían comprarse un pan de molde. En
conjunto, durante la inflación, Hitler reclutó alrededor de 50.000 Nazis y se
volvió una fuerza política digna de reconocimiento. El economista Constantino
Bresciani-Turroni denominó a Hitler “el niño acogido por la
inflación”. Es cierto que intentó un golpe de estado que fracasó
(8 de noviembre de 1923) y que fue encarcelado. Pero retuvo el encanto sobre
sus seguidores y escribió sus venenosas memorias en Mi batalla,
libro que se convirtió en la biblia Nazi. Durante fines de la década de
1920, la economía alemana empezó a recuperarse y hubo menos interés en los
Nazis. En las elecciones para la legislatura de 1928, ganaron solamente 2,6%
del voto. Si los buenos tiempos hubiesen continuado, Hitler podría haber
sido olvidado. Él necesitaba otra crisis para tener una oportunidad de ganar
poder político.
La crisis vino en la forma de una sucesión de
políticas mal concebidas que crearon obstáculos al emprendimiento y provocaron
la Gran Depresión. El gobierno promovió la deflación. Fijó precios a
niveles que estaban por encima del mercado y desalentaban a los consumidores de
comprar, y fijó salarios a niveles que estaban por encima del mercado y
desalentaban a los empleadores de contratar trabajadores. Los carteles
aprobados por el gobierno restringieron la competencia. Los impuestos altos
dificultaron que la gente ahorrara e invirtiera. Los aranceles altos
obstaculizaron el comercio. Cuando los productores alemanes fueron capaces de
exportar productos, tuvieron dificultades obteniendo el pago correspondiente
debido a los controles de tipo de cambio. Todas estas políticas dificultaron el
crecimiento de la economía.
Además, los bancos alemanes estaban en una
posición vulnerable, dado que ellos no se habían recuperado completamente de la
inflación que había licuado una porción sustancial de su capital y los había
dejado dependientes de los depósitos extranjeros a corto plazo, que podían ser
retirados. Conforme el número de desempleados aumentó, más alemanes
votaron por los Nazis, y el número de miembros de los Nazis aumentó nuevamente.
Quería destruir a sus opositores entonces los demonizó. Los acusó de ser
traidores. Dos organizaciones Nazis paramilitares, la S.A. y la S.S., lanzaron
ataques sangrientos contra sus opositores. Esto atrajo más rufianes a quienes
les gustaba la violencia y eran buenos en infligirla. Cada noche, habían
manifestaciones y marchas de los Nazis. Los partidarios de Hitler lo promovían
publicando una revista Nazi, distribuyendo discos Nazis y promoviendo las
películas Nazis.
Se convirtieron en la organización política
más grande en Alemania, y para el 30 de enero de 1933, con la ayuda de un poco
de chantaje, Hitler surgió como el canciller de Alemania —la cabeza del
gobierno. Luego procedió a consolidar poderes ilimitados antes de que alguien
se diera cuenta de lo que estaba pasando.
Deberíamos comprender que Hitler no llegó
un gobierno limitado con una separación efectiva de poderes
enumerados, delegados y restringidos. Él llegó a liderar un Estado de
bienestar. Había sido creado por el autócrata Otto von Bismarck, se
expandió rápidamente durante la Primera Guerra Mundial y ganó control total de
la economía. Las empresas privadas relacionadas a la guerra fueron convertidas
en burocracias estatales. El gobierno cerró empresas privadas que los
funcionarios consideraban innecesarias. Hubo trabajo forzado y nadie podía
cambiarse de trabajo sin permiso del Estado. Por primera vez, este “socialismo
de guerra” mostró al mundo lo que una economía socialista sería, y se convirtió
en un modelo para Lenin y otros teóricos comunistas. Los Aliados dirigieron el
desmantelamiento de la máquina de guerra en Alemania, pero una economía
estatizada sobrevivió en gran medida.
Aunque Hitler hacía eco de
la planificación económica centralizada de la URSS con un plan de
cuatro años, su método consistía de una regulación sofocante en lugar
de la expropiación frontal. La propiedad privada existía
nominalmente pero el Estado la controlaba. Abordó el desempleo introduciendo el
trabajo forzado para hombres y mujeres. El control estatal de la economía hizo
que fuera virtualmente imposible, para cualquiera, amenazar seriamente su
régimen. Hitler agregó la policía secreta, los campos de concentración y otra
máquina de guerra.
El sistema educativo alemán, que había
inspirado a tantos progresistas estadounidenses, jugó un papel importante en
todo esto. Durante el siglo anterior, el Estado obtuvo el control completo de
las escuelas y las universidades y su principal prioridad era enseñar la
obediencia. La élite docente promovió el colectivismo. El llamado más
noble era trabajar para el gobierno. En 1919, el sociólogo Max
Weber reportó que “El honor del servicio civil está en su habilidad de
ejecutar conscientemente el orden de las autoridades superiores”.
Lecciones para nosotros:
§ Las políticas económicas y exteriores malas
pueden causar crisis que tienen peligrosas consecuencias políticas.
§ Los políticos usualmente demandan poder
arbitrario para lidiar con una emergencia nacional y restaurar el orden, aún
cuando los problemas subyacentes generalmente son causados por malas políticas
públicas.
§ En tiempos difíciles, muchas personas están
dispuestas a respaldar cosas terribles que serían impensables en tiempos
buenos.
§ Quienes descartan la posibilidad de un
régimen dictatorial en EE.UU. necesitan considerar los desarrollos posibles que
podrían empeorar nuestra situación y hacerla más volátil de lo que es ahora
—como el gasto público descontrolado, los impuestos crecientes, más guerras, la
inflación y el colapso económico.
§ Los aspirantes a dictadores algunas veces
revelan sus intenciones mediante su deseo evidente de destruir a sus
opositores.
§ No hay una manera confiable de prevenir que
las personas malas o incompetentes obtengan poder.
§ Un sistema político con una separación de
poderes, con pesos y contrapesos —como la Constitución de EE.UU.— si dificulta
que una rama del Estado domine a las otras.
§ Finalmente, la libertad puede ser protegida
solamente si a la gente le importa lo suficiente como para luchar por ella,
porque en todas partes los gobiernos presionan por más poder y nunca renuncian
a este voluntariamente.
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