Nicolás
Maduro afronta la crisis del papel higiénico. Los venezolanos están indignados.
Hay
escasez en el país. Han debido importar urgentemente 50 millones de rollos por temor a desórdenes populares. Nadie sabe por dónde puede comenzar una rebelión popular. (Es la primera vez que se va a convocar a las barricadas a una muchedumbre de gentes sentadas).
escasez en el país. Han debido importar urgentemente 50 millones de rollos por temor a desórdenes populares. Nadie sabe por dónde puede comenzar una rebelión popular. (Es la primera vez que se va a convocar a las barricadas a una muchedumbre de gentes sentadas).
Yoani Sánchez, que es muy práctica, les ha sugerido
que le pidan a Cuba una edición diaria del periódico Granma. Los cubanos hace
medio siglo que utilizan el Granma para ese asunto oscuro, solitario y
delicado. Nadie toma en serio su contenido, pero todos coinciden en que el
continente soluciona un problema generalmente cotidiano.
Es
verdad que cuando la tinta tiene demasiado plomo, o cuando la textura es muy áspera,
la zona se resiente y pica, pero el régimen lo justifica explicando que es la
consecuencia del duro bloqueo de los pérfidos gringos.
Sólo que ésa es una oportunidad
magnífica de convertir el revés en victoria. Es entonces cuando cobra todo su
significado la heroica consigna revolucionaria: “lucharemos con las uñas contra
el imperialismo yanqui”. (Eso: con las uñas, pero sin pasarse para no hacerse
daño).
Seamos
justos. Es importante no dejarse llevar por las pasiones. Es cierto que el
socialismo ha provocado la escasez de papel higiénico, pero el sistema también
atenúa las consecuencias.
Los
venezolanos cada vez comerán menos, ergo, lo presumible es que necesiten
cantidades decrecientes de ese producto superfluo consumido, fundamentalmente,
por la decadente burguesía.
Según
los cálculos del Ministerio de Planificación, un sesudo equipo de
investigadores dirigido por el señor Jorge Giordani, dada la ingestión,
digestión y deyección de fibra prevista para el próximo quinquenio –el
socialismo del Siglo XXI todo lo prevé y calcula–, es posible que en el 2018
bastará un confeti para que cada venezolano mantenga gloriosamente
resplandeciente el orificio de salida.
Pero
hay más. Tal vez antes de la llegada de esa fecha, Fidel Castro, si persiste en
sus ensayos genéticos, haya resuelto el problema con un hombre nuevo que,
además de parecerse al Che en sus valores morales, nacerá con un aparato
digestivo modificado para solucionar revolucionariamente ese urticante
problema. Ya lo ha advertido jubilosamente: “con patria, pero sin ano”.
¿Por
qué faltan en Venezuela el papel higiénico, el pollo, la leche, la harina para
arepas, el jabón y así hasta el 21% de los productos habitualmente consumidos
por los venezolanos?
Según
el señor Maduro (no se sabe si de su propia cosecha o por confesión de algún
pajarito delator), se debe a los acaparadores y a los canallas productores que
quieren perjudicar su labor para generar la insubordinación popular.
Según
la experiencia acumulada a lo largo de un siglo, la culpa está en otra parte:
en la planificación y en la asignación artificial de los precios.
Esto se lo advirtió inútilmente Ludwig von Mises a
Lenin en 1921 en una serie de artículos, luego reunidos en un libro, titulado Socialismo.
Los
burócratas, por muy instruidos que sean, no pueden decidir eficientemente qué,
cuánto o cuándo debe y quiere consumir la sociedad.
No
hay mejor mecanismo para construir la prosperidad y para abastecer a una
sociedad apropiadamente que las decisiones que toma el consumidor soberano con
su dinero, indicándoles con sus preferencias al productor y al comerciante lo
que debe ofertarle y qué precio está dispuesto a pagar.
Por
eso es absurdo decidir arbitrariamente los precios. El precio es el lenguaje
que se habla en el mundo del mercado. Mientras más variada y copiosa sea la
oferta, menores serán los precios porque la competencia será más intensa.
Si
Estados Unidos es hoy una de las economías más “baratas” del planeta es porque
existen cuarenta marcas de papel higiénico que tienen que competir en precio y
calidad para conquistar las preferencias del consumidor.
Hasta
ahora, no existe manera alguna de sustituir eficazmente el libre intercambio
productor-comerciante-consumidor, expresado por medio de los precios y la
competencia.
Milton
Friedman solía decir que si se pusiera al frente del desierto del Sahara a un
gobierno planificador, al cabo de pocos años tendría que importar arena. Además
del papel higiénico, claro.
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