25 de agosto de 2013

¡NO HAY PRUEBAS!

Por: Leonardo Silva
Fuente: Diario de Caracas

El 14 de febrero de 1929, día de San Valentín, de los Enamorados, tuvo lugar en la ciudad de Chicago el más conocido y sangriento hecho en la historia criminal de los Estados Unidos de América, por lo demás inédito en los anales del delito. Alphonse Capone, mejor conocido como Al Capone o Al “Scarface” Capone (Al “Cara Cortada” Capone) -neoyorkino de ascendencia siciliana mudado a Chicago antes de 1919- había sucedido a Johnnie Torrio, florista de profesión, en la jefatura de la “Familia Italiana” o “South End Gang” (Pandilla del Lado Sur) cuando este decidió retirarse del negocio ilícito de la producción y contrabando de alcohol en 1925, posiblemente como consecuencia del atentado que le hiciera Bugs Morán. Al Capone era el Capo de la Mafia de Chicago, el más sanguinario de la historia.
Por su parte, Bugs Morán, de ascendencia francesa, heredó de Dean O’Bannion la conducción de la “Familia Irlandesa”, como también se conocía a la “Pandilla del Lado Norte” (North End Gang). O’Bannion había sido asesinado por Capone en la guerra que nació a consecuencia de la venta de una fábrica de cerveza que este le había vendido con conocimiento de que en los días siguientes sería allanada por el grupo de Eliot Ness. Bugs Morán presidía la banda rival de la de Capone que competía por los negocios ilícitos de la ciudad, especialmente el licor.
A las 10:25 de la fatídica mañana de ese 14 de febrero de 1929, siete hombres de Bugs Morán llegaron a un almacén del Norte de Chicago a recoger un cargamento de alcohol. Morán –que se encontraba retrasado- no estaba presente. Fueron interceptados por tres policías que en realidad eran mafiosos bajo las órdenes de Capone. Los “policías” los condujeron al interior del recinto, los catearon contra una pared, y mientras estaban de espaldas contra esa pared, fueron acribillados los siete con ráfagas de Tommy Gun calibre .45 (subametralladora Thompson) y Colts Government 1911 también .45. La operación la encabezó Jack “Machine Gun” McGurn (Jack “Ametralladora” McGurn), quien presentó luego una coartada blindada y contra quién no se encontraron pruebas. La Masacre de San Valentín quedó impune a pesar de que las autoridades y el público conocían sus autores. Inmediatamente después de la matanza, Al Capone convocó a su mansión de Florida a la prensa norteamericana. En la víspera del crimen tuvo buen cuidado de poner miles de kilómetros de por medio para construir una coartada invulnerable. Con su rostro depravado signado por la sífilis y la maldad, con una sonrisa cínica que claramente expresaba “yo lo hice y no hay nada que puedan probarme”, declaró a los periódicos su horror ante el abominable delito. Y es que “Scarface” quería que sus rivales supieran el destino que les esperaba a quienes se atrevieran a adversarle.
Aunque Capone logró su objetivo de dominar el negocio del alcohol y consolidar su poder, la masacre fue su mayor equivocación pues marcó el comienzo de su final. Se desataron persecuciones por parte de las autoridades impulsadas por una opinión pública ultrajada. Alphonse dejó de ser el maleante carismático para convertirse ante la ciudadanía en el monstruo degenerado que en realidad era.
A Capone jamás se le pudo probar que era el jefe de la mafia de Chicago y que había sido el autor de diversos asesinatos desde muy temprana edad incluyendo la Masacre de San Valentín. Pero nadie en la humanidad pone en duda estos hechos. Lo único que logró probarle Eliot Ness a Capone fue evasión de impuesto, delito menor en comparación con las atroces transgresiones cometidas a lo largo de su carrera criminal.
Condenado por el delito de evasión fiscal, el sifilítico Alphonse “Scarface” Capone fue internado en la Prisión de Alcatraz de donde salió demente diez años más tarde para morir a consecuencia de la sífilis en la bañera de su mansión de Florida.
En una suerte de reminiscencia de la historia de Capone, el dictador cucuteño Nicolás Maduro ha repetido una y otra vez que contra los corruptos más connotados de la revolución –como es el caso de Diosdado Cabello, contra quien existen múltiples expedientes por corrupción paralizados por las autoridades- no se procederá pues no existen ni existirán pruebas de su expolio; al tiempo que declara con fingida vehemencia que estará a la vanguardia de la lucha en contra de la corrupción que supuestamente organiza el régimen. El gobierno más corrupto en la historia del país, no dará cuartel a la corrupción. Ripley’s Believe or Not!
Pero es obvio que la lucha contra la corrupción solo tendrá como objetivos a opositores, que es una excusa más para reprimir y eliminar la disidencia. Ante la imposibilidad de proceder con una Masacre de San Valentín (opción considerada no solamente para 1992), se pretende aniquilar al liderazgo opositor con subterfugios leguleyos que seguramente incluirán el forjamiento de pruebas. Contra los ladrones depravados del régimen “no hay ni habrá pruebas”, como contra Al Capone no las hubo, declaró el clarividente Maduro (comprendemos que diga que no hay tales pruebas pero ¡¿cómo puede saber que tampoco las habrá?!).
Pero así como el mafioso Capone vestía con los trajes más costosos, usaba las prendas más valiosas, fumaba en cadena los habanos más caros, y llevaba una vida ostentosa que ponía en evidencia que con los ingresos de su profesión oficial de vendedor de antigüedades jamás hubiera podido adquirir, los robolucionarios derrochan signos exteriores de riqueza -con sus ropas, joyas, camionetas, viajes, viviendas, y costumbres dispendiosas- que meras palabras vacuas en exaltación del comunismo como cura para la miseria del pueblo depauperado por el que dicen luchar, no pueden ocultar. Es imposible que el flux Armani, la corbata Louis Vuiton y el Rolex Daytona en oro sólido pasen desapercibidos cuando su dueño grita “¡patria, socialismo o muerte… Muerte a los corruptos… Viviremos y venceremos… Hasta la victoria siempre!”, con un vaso de Johnnie Walker Blue Label en una mano y una arepa repleta de caviar Beluga Malossol Aleta Gris en la otra.
Los signos exteriores de riqueza o son prueba o son indicio vehemente de corrupción en el funcionario público que nunca en su vida ha trabajado fuera de la Administración Pública. Así, merece examen la presidenta del CNE que con solamente su modesto sueldo pueda adquirir dos mansiones en el Este de Caracas; o el alcalde psiquiatra que con sus ingresos pueda ostentar un apartamento de más de un millón de dólares y vehículos de ultralujo; o un presidente de la Asamblea Nacional que de no tener vivienda propia, pasó a detentar varias mansiones dentro y fuera del país; o de un profesor de secundaria afrodescendiente, que de un modestísimo apartamento en la Avenida Panteón, pasara a poseer mansiones y yates en distintas ciudades del país; como la vacacional en Puerto La Cruz de $1 millón, cerca de su yate de $2 millones. Pruebas sobran contra los Al Capone de la revolución, y no solamente por burlar al fisco.
Una cosa es lo que llaman los abogados la prueba procesal, para ellos única verdad pues está constituida solamente por lo que queda demostrado en autos. Pero una cosa es la prueba necesaria para condenar en juicio y otra la útil para mantener pulcras las instituciones. Es el caso del humilde cajero de un banco que comienza a acudir al trabajo ataviado con fluxes de casimir hechos a la medida con telas Ermenegildo Zegna, viendo la hora en su Rolex Day-Date de oro 18, y hablando por su iPhone 5. En este caso, su jefe puede no tener pruebas para mandarlo de vacaciones para El Rodeo, pero sabe que algo muy malo está pasando, que los ingresos de su empleado no dan para tanto, y que debe tomar medidas para neutralizarlo y no continúe dañando el patrimonio del banco al que muy probablemente está desfalcando. Las pruebas, incluso las procesales, vendrán después y son de secundaria importancia en la decisión gerencial. Este es un supuesto que se da con frecuencia en organizaciones privadas.
Y son frecuentes los casos de ausencia de pruebas en la comisión de delitos cuyos agentes son considerados culpables más allá de toda duda, tanto por la opinión pública como por la Historia. Así sucedió con la quema del Reichstag ordenada por Hitler como excusa para instaurar su dictadura en Alemania. O con el derribamiento del 747 de Aerolíneas Koreanas que todos sabemos fue ordenado por el Kremlin. O la voladura del vuelo 103 de Pan Am en Escocia que aunque jamás se pudo probar, es harto sabido fue ordenado por Moamar Khadafi (quien recientemente reconoció responsabilidad). O el asesinato de Trotsky en México cuya autoría por parte de Stalin nunca fue probada. O el asesinato del diseñador de cañones Gerald Bull a manos del Mossad. O el asesinato de Robert Kennedy por parte de asesinos programados por la CIA al estilo del “The Manchurian Candidate”. O el de un sinnúmero de crímenes cuya prueba fue imposible pero cuyos culpables son de todas formas condenados por la civilización.
Era célebre la respuesta del presidente Luis Herrera Campíns cuando le llevaban acusaciones contra muchos de los más corruptos funcionarios de su gobierno (niños de pecho comparados con los choros robolucionarios), como “El Catire” Mariani, acusado de robar $200 millones en CADAFE o Rodolfo José Cárdenas, a quien se le imputó haberse cogido el dinero destinado a construir la carretera Los Caracas-Chuspa que nunca construyó: “¿Acaso tú tienes pruebas? Sin pruebas no puedo hacer nada. ¡Pásame un Toronto, Berroterán!” Y así permitía que continuara el expolio. Muy posiblemente Herrera jamás tocó un bolívar del Erario Público, pero fue tan culpable como sus ladrones.
Quizás hayan ocultado tan bien sus huellas que contra los Cabellos, Ramírez, Istúriz, Maduros, Flores, Jauas, Carreños, Valeras, Alcalás, Carneiros, Saabs, Aisamis, y un largo etcétera, no existan pruebas; pero como con Al Capone en el Imperio, tampoco existe alma en Venezuela que no conozca la realidad de sus formidables fortunas habidas en el expolio de la Cosa Pública, y que no tenga plena convicción de sus culpas. 


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