Fuente: El nacional
Es cierto que el silencio de Tibisay Lucena está cargado de
veneno. Pues no le basta con sembrar confusión y desaliento entre los electores
como bien ha sido denunciado, sino que con su actitud persigue crear un
ambiente dominado por la idea de fraude. Su postura es un mensaje mediante el
cual se ratifica que el CNE manipulará este proceso hasta donde el PSUV lo
necesite, comenzando por la fecha. La rectora reconoce que desde su cargo puede
intrigar; promover dudas y, en especial, reinstalar la leyenda del fraude en el
imaginario público. Tibisay Lucena genera lo que algunos llaman el efecto halo.
Ha envuelto sus apariciones y declaraciones en un manto de sospechas con la
intención de convertir una mentira en certeza. Trasmutar el rumor en verdad es
su trabajo. Ella espera que los electores se convenzan de que en las
parlamentarias se consumará un fraude monumental, aun cuando en realidad los
resultados no se pueden alterar; ni los cubanos participan desde La Habana ni
el secreto del voto se viola.
Las parlamentarias son una esperanza para el pueblo, no para
Nicolás Maduro ni para Diosdado Cabello. Tampoco son de interés para sus
aliados. De hecho, la maquinaria del Estado conspira contra esas elecciones.
Por supuesto, no las pueden suspender, de allí que se concentren en
desprestigiarlas. Ellos desean que los votantes se pregunten: ¿para qué
participar en un proceso cuyo árbitro insinúa que es fraudulento? Y se queden
sin respuestas y sin aliento.
En el PSUV las decisiones la toman los más corruptos no los más
pendejos. Por eso, a la vez que desacreditan las parlamentarias insisten en
presentarlas como otro capítulo de la vieja pugna entre chavistas y una
escuálida minoría de opositLos
números muestran que los ciudadanos están por encima de las diferencias
partidistas. Hay un deshielo; la despolarización se acelera y se avanza hacia el
centro. Un espacio donde gana la reunificación y se derrotan los radicalismos.
Cada vez hay menos electores que se definen como opositores o chavistas; en su
lugar, los ciudadanos retoman la identidad de venezolanos. Malo será que no
haya un mensaje que logre transformar en hecho político la disposición por
reencontrarse que se registra en los barrios, pueblos y capitales.
Por cierto, la agenda de las parlamentarias es la que está en las
calles del país; no hace falta imponer a las mayorías temas que tienen poco que
ver con sus expectativas, necesidades y reclamos cotidianos. No arrojará ningún
beneficio electoral colocar asuntos que en lugar de ayudar a la reunificación
resucitan la división. Personalizar el debate sobre los derechos humanos
llevará agua al molino abstencionista del PSUV, no al de la participación
masiva. El silencio de Tibisay Lucena causará menos daño que posicionar el
problema de los presos políticos en el centro de la campaña.
Es probable que las parlamentarias se realicen en un ambiente
tóxico; cargado de incertidumbre, protestas, rumores y tensiones. Incluso, es
bueno advertir que los conflictos en Venezuela no cesarán hasta que no se meta
en cintura a Nicolás Maduro. Ahora bien, la complejidad del escenario no ha
desmovilizado a los electores. Al contrario, los números no dejan duda; las
cifras prueban que la gente continúa resteada con la expectativa del cambio.
Otro asunto es que los candidatos de la oposición no terminen conquistando la
mayoría absoluta de la Asamblea por sus propios desaciertos. Sobre todo, porque
unos cuantos siguen sin entender que los problemas de la república son la
prioridad, no las penurias de algunos dirigentes.
Que los partidos de la oposición no hayan permitido que algún
porcentaje de las candidaturas de la MUD salieran de los consejos comunales,
universidades, ONG, cámaras, gremios y sindicatos; en fin, de organizaciones
nacionales, regionales y locales, es un error incalificable al que no se le
deberían adicionar otros. En particular, aquellas equivocaciones que reducen
las parlamentarias a una pelea entre una élite opositora y una oficialista.
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