En estos
turbulentos días de protestas y paros universitarios, en donde no parece
definirse un rumbo claro sobre el modelo educativo que desea el gobierno y el
que quieren las universidades, es interesante recordar una anécdota curiosa de
un personaje del siglo antepasado.
Corrían los años
80’ del siglo XIX y a Caracas llego un yerbatero especialista en formulas
indígenas y en algunos conjuros. No está bien definida para la época la
diferencia entre brujo y yerbatero, por lo cual para los efectos será lo mismo.
Lo cierto es que este hombre muy hábil de palabra, consigue la amistad del
general Joaquín Crespo, quien era el fuerte candidato a ser presidente de la
republica después de Guzmán Blanco.
Como dato curioso
hay que resaltar que el padre de Joaquín Crespo, el Sr. Leandro Crespo, también
fue Brujo y Yerbatero. Muchos creen que es debido a este recuerdo paterno, que
Telmo Romero consiguió la gracia del general. Otros dicen que Romero había
curado de alguna enfermedad al hijo de Crespo y por eso contaba con los favores
de Jacinta Parejo (misia Jacinta) la esposa del general. Lo cierto es que Telmo
Romero rápidamente se hizo de la fama de brujo e iluminado, también vendía sus
brebajes o “garapitos” en “La Botica Indiana” negocio que había comprado en la
esquina de Madrices.
Pero este ambicioso
y oscuro personaje no se conformó con lo que hasta ahora había logrado, él
quería mucho más. Llega a publicar en el periódico “La Opinión Nacional” el
mayor diario de circulación para la época, “que si el gobierno se lo
permitiera, él podría curar a los enfermos mentales de los Teques”. Para aquel
entonces ya Crespo era el presidente de la república y lo nombra director
general del Hospital de San Lázaro y de los enajenados de los Teques,
desplazando al médico director del mismo. Obviamente que contó con una
remuneración jugosa para la época, además de un contrato en el cual el gobierno
le compraría las medicina, pospuesto proveniente de su botica en la esquina de
Madrices.
Para agosto de 1884
presenta algunos casos de “curación” de estos enajenados mentales. Aún
permanece en la oscuridad del tiempo si realmente fueron curados, lo cierto es
que hasta en la gaceta nacional se reseñó el episodio y Romero recibió una
buena bonificación. En 1885 viaja a Estados Unidos y regresa con un título de
Doctor en Ciencias Médicas y Quirúrgicas expedido por el Colegio Médico de
Bellevue, de Boston. Curioso este nombramiento para alguien que no es médico.
Telmo Romero
escribió un libro titulado “El Bien General” el cual fue mandado a reproducir
por el gobierno. En el libro exponía sus teorías sobre la salud, los
medicamentos, diferentes yerbas y fórmulas para curaciones. Todos basados en su
experiencia y según él, de la sabiduría milenaria de los indígenas de la cual
se hacía llamar heredero.
Para 1886 se corrió
el rumor de que Telmo Romero sería nombrado rector de la universidad. La
reacción no tardó demasiado, los estudiantes de medicina junto con los estudiantes
de las otras facultadas quemaron todos los ejemplares del libro de Romero “El
Bien General” en frente de la estatua de Vargas dentro de la universidad, el 10
de marzo, cuando se cumplían 100 años del natalicio del sabio y como desagravio
al mismo. Este es el único caso en la historia de Venezuela de la quema de un
libro en un acto público y realizado por estudiantes y no precisamente ordenada
por un gobierno. Además apedrearon la Botica Indiana en la esquina de Madrices,
rompiéndole los vidrios y los frascos con sus medicinas.
A raíz de la
protesta que generó este rumor y el apoyo que recibieron los estudiantes de las
autoridades universitarias, el gobierno decidió no nombrar a Romero rector y
este fue el principio de su caída. Un año después en 1887 Telmo Romero moriría
de tuberculosis sin fama ni fortuna y olvidado por la historia.
La anterior
narración, nos hace pensar que no es la primera vez que un gobierno exalta los
valores del intrusismo, el empirismo y la charlatanería por encima de los valores
universitarios y de la academia. Es en la universidad en donde se generan las
ideas y el conocimiento, un gobierno que se respete debería enaltecer las
universidades en vez de atacarlas. Gracias a Dios que los universitarios a
través de la historia siempre han respondido ante aquellos que la atacan y
pretenden imponerles ideas hegemónicas y anacrónicas que atentan contra el
espíritu mismo de ser de una universidad.
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